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sábado, 29 de octubre de 2011

Cuando me ame de verdad

Cuando me amé de verdad, comprendí que en cualquier circunstancia, yo estaba en el lugar correcto y en el momento preciso. Y, entonces, pude relajarme. Hoy sé que eso tiene nombre… autoestima.
Cuando me amé de verdad, pude percibir que mi angustia y mi sufrimiento emocional, no son sino señales de que voy contra mis propias verdades. Hoy sé que eso es… autenticidad.
Cuando me amé de verdad, dejé de desear que mi vida fuera diferente, y comencé a ver que todo lo que acontece contribuye a mi crecimiento. Hoy sé que eso se llama… madurez.
Cuando me amé de verdad, comencé a comprender por qué es ofensivo tratar de forzar una situación o a una persona, solo para alcanzar aquello que deseo, aún sabiendo que no es el momento o que la persona (tal vez yo mismo) no está preparada. Hoy sé que el nombre de eso es… respeto.
Cuando me amé de verdad, comencé a librarme de todo lo que no fuese saludable: personas y situaciones, todo y cualquier cosa que me empujara hacia abajo. Al principio, mi razón llamó egoísmo a esa actitud. Hoy sé que se llama… amor hacia uno mismo.
Cuando me amé de verdad, dejé de preocuparme por no tener tiempo libre y desistí de hacer grandes planes, abandoné los mega-proyectos de futuro. Hoy hago lo que encuentro correcto, lo que me gusta, cuando quiero y a mi propio ritmo. Hoy sé, que eso es… simplicidad.
Cuando me amé de verdad, desistí de querer tener siempre la razón y, con eso, erré muchas menos veces. Así descubrí la… humildad.
Cuando me amé de verdad, desistí de quedar reviviendo el pasado y de preocuparme por el futuro. Ahora, me mantengo en el presente, que es donde la vida acontece. Hoy vivo un día a la vez. Y eso se llama… plenitud.
Cuando me amé de verdad, comprendí que mi mente puede atormentarme y decepcionarme. Pero cuando yo la coloco al servicio de mi corazón, es una valiosa aliada. Y esto es… saber vivir!
No debemos tener miedo de cuestionarnos… Hasta los planetas chocan y del caos nacen las estrellas.
Charles Chaplin

sábado, 15 de octubre de 2011

El corazón perfecto

Un día un hombre joven se situó en el centro de un poblado y proclamó que poseía el corazón más hermoso de toda la comarca. Una gran multitud se congregó a su alrededor y todos admiraron y confirmaron que su corazón era perfecto, pues no se observaban en él ni máculas ni rasguños. Si, coincidieron todos que era, el corazón más hermoso que hubieran visto.

Al verse admirado, el joven se sintió más orgulloso aún, y con mayor fervor aseguró poseer el corazón más hermoso de todo el vasto lugar.

De pronto un anciano se acercó y dijo:
Perdona mi atrevimiento, pero ¿Por qué dices eso, si to corazón no es ni aproximadamente tan hermoso como el mío, o como el de tantas otras personas?Sorprendidos la multitud y el joven miraron el corazón del viejo y vieron que, si bien latía vigorosamente, éste estaba cubierto de cicatrices y hasta había zonas donde faltaban trozos y éstos hablan sido reemplazados por otros que no encajaban perfectamente en el lugar, pues se veían bordes y aristas irregulares en su derredor. Es más, había lugares con huecos, donde faltaban trozos profundos.
La mirada de la gente se sobrecogió.
¿Cómo puede él decir que su corazón es más hermoso?
Pensaron, el joven contempló el corazón del anciano y al ver su estado desgarbado, se echo a reír y dijo:
Debes estar bromeando, compara tu corazón con mío… El mío es perfecto. En cambio el tuyo es un conjunto de cicatrices y dolor.

Contestó el anciano:
Es cierto, tu corazón luce perfecto, pero yo jamás me involucraría contigo... Mira: cada cicatriz representa una persona a la cual entregué todo mi amor. Arranqué trozos de mi corazón para entregárselos a cada uno de aquellos que he amado. Muchos, a su vez, me han obsequiado un trozo del suyo que he colocado en el lugar que quedó abierto. Como las piezas no eran iguales, quedaron los bordes por los cuales me alegro, porque al poseerlos me recuerdan el amor que hemos compartido.



 El joven permaneció en silencio. Lágrimas corrían por sus mejillas. Se acercó al anciano, arrancó un trozo de su hermoso corazón y se lo ofreció. El anciano lo recibía y lo colocó en el suyo; luego, a su vez, arrancó un trozo de su corazón, ya viejo y maltrecho, y con él tapó la herida abierta del joven.
La pieza se amoldó, pero no a la perfección; al no ser idénticos los trozos, se notaban los bordes. El joven miró su corazón que ya no era perfecto, pero lucia mucho más hermoso que antes, porque el amor del anciano fluía en su interior. Si en verdad, ahora puedo ver lo hermoso que es tu corazón. Y tu corazón ¿Cuántas cicatrices tiene?